Uno de los elementos más relevantes emergidos con posterioridad al Estallido Social del año 2019 hace relación con el ánimo refundacional que ha permeado a nuestra sociedad en su conjunto. Más allá de ser una sensación personal, hemos podido comprobar de manera empírica que ciertas estructuras que dominaron nuestras relaciones sociales durante los últimos 40 años, han cambiado.
El primer ejemplo es la escritura de una nueva Constitución democrática, paritaria y con presencia de los Pueblos Originarios, la cual, representa en primer lugar un cambio simbólico al permitir el ingreso de grupos históricamente excluidos en la disputa del sentido común (mujeres y nuestros primeros pueblos por mencionar un par) y en segundo lugar cambios estructurales en cuanto a la forma del Estado y el modelo de sociedad que busca modelar.
La Constitución de 1980, escrita en dictadura y por un conspicuo grupo de abogados afines a los intereses de una elite cívico-militar, nos concebía como individuos en permanente estado de competencia. Entendía al sujeto histórico como alguien fuera de la sociedad estructurando relaciones interpersonales y con la institucionalidad desde la lógica del cliente y utilizando el consumo/endeudamiento como principal motor de inserción a la vida en comunidad.
Sin embargo, a pesar de la resistencia de diversos grupos sociales, políticos y económicos nuestra manera de relacionarnos con la institucionalidad ha cambiado. Desde los territorios han surgido formas de organización al margen de los espacios tradicionales de poder. La sociedad en su conjunto comprende que, con las estructuras de los últimos 40 años, simplemente no se puede continuar.
Esto plantea una serie de oportunidades y desafíos para los Movimientos Sociales. En el ámbito de las oportunidades, implica abrir espacios de diálogo permanente y reconstrucción de la trama social desde adentro. Otro punto a considerar tiene que ver con habitar los espacios que forman parte de la institucionalidad. Aprender las formas propias de la burocracia del Estado y ser agentes de cambios activos y conectados con el día a día.
Uno de los desafíos más importantes guarda relación con el sustrato ideológico que sostiene la acción política. Si bien, los Movimientos Sociales son estructuras flexibles que se mueven en dos tiempos caracterizados por lo urgente y lo importante, resulta imprescindible para un trabajo de largo aliento, tener un marco teórico que le permita a las organizaciones superar tensiones propias de las relaciones humanas y al mismo tiempo superar liderazgos personalistas o coyunturales que emergen en cada organización para desarrollar proyectos transformadores de largo aliento.
La participación en las decisiones colectivas de nuestros territorios serán fundamentales para robustecer y validar el actual sistema democrático, el cual, atraviesa por un momento de profunda fragilidad fruto de políticos incapaces de solucionar las demandas ciudadanas y de una sociedad que delegó en una elite desconectada, las posibilidades de decidir acerca de todo lo relacionado con el bien común.
El momento es ahora y está en nuestras manos. La oportunidad es histórica y tenemos que ser los protagonistas de este ciclo que se abre.